25 de agosto de 2007

Aquí vamos de nuevo...



Érase una vez una chica llamada Ginger.
Como todas los humanos, había nacido virgen e inocente, y durante su adolescencia había soñado con encontrar al hombre de su vida (rico, guapo, inteligente), casarse (vestida de novia), tener dos hijos (que serían famosos cuando creciesen) y vivir en una bonita casa (con vista al mar). Su padre era constructor de sueños; su madre administradora de posibilidades, su ciudad tenía un solo cine, una discoteca, una sucursal bancaria, por eso ella no dejaba de esperar el día en que su príncipe encantado llegara sin avisar, arrebatara su corazón, y partiera con él a conquistar el mundo.



Mientras el príncipe encantado no aparecía, lo que le quedaba era soñar. Se enamoró por primera vez a los 13 años, mientras explora su mundo a nuevas posibilidades. El primer día de exploración descubrió que no estaba sola en su trayecto: junto a ella caminaba un chico que vivía lejos o quizas mas cerca de lo que creía. Nunca intercambiaron ni una sola palabra verdadera, pero ginger empezó a notar que la parte que más le agradaba del día eran aquellos momentos llenos de alegria prestada, ansiedad e ingenuidad; el sol en el cenit, el tiempo andando de prisa, mientras ella se agotaba en el esfuerzo por seguirle el paso. Esta escena se repitió por meses hasta que el primer amor por fin desaparecio, sin pena ni gloria, como desaparece la luna cada día para dar la bienvenida al sol todas las mañanas!.



P.C.O.M